Anfitrionas de raza
Madre e hija crearon un imperio hotelero en la Argentina
María del Carmen y Claudia son la presidenta y la CEO de Alvarez Argüelles Hoteles, la cadena de capital nacional con más propiedades en la Argentina. En una charla íntima, comparten la fórmula que les permitió evolucionar de empresa familiar a familia empresaria liderada por dos mujeres con la vocación anfitriona en las venas..
Por Andrea del Rio
Testigo del frenesí con el que los huéspedes recién llegados, puro nervio urbano, se arremolinan en el front desk del Costa Galana. Guardiana de la parsimonia con que esperan su turno para el check out quienes, plena armonía interna, buscan prolongar unos instantes su estadía en el cinco estrellas marplatense. Una placa. Discreta. Adosada a un muro revestido de mármol. Debajo del busto de un hombre. Eternizado. La sonrisa satisfecha de quien se sabe realizado. El gesto plácido de quien se siente gratificado. Dos fechas. 28 de enero de 1995, cuando él habría cumplido 67 vueltas al sol, coincidente con la apertura de su emprendimiento más ambicioso. 3 de marzo de 1995, cuando ese primer hotel de lujo del interior del país fue inaugurado oficialmente. Dos citas a las que no acudió, convertidas en homenaje. En esa placa, con esas fechas, aquella frase. “La eternidad se logra haciendo realidad los sueños”. Y un nombre: Manuel Álvarez Argüelles.
“Con Manolo nos conocimos en Buenos Aires. Los dos inmigrantes gallegos, aunque de aldeas muy cercanas. Salí de España a los 13 años, con mi abuelo. Llegué y me tuve que poner al día con el colegio: mi nivel era de tercer grado, así que rendí cuarto en tiempo escolar, quinto en vacaciones y sexto en época de clases porque, sin eso, no eras nadie. Cuando terminé la primaria, empecé a trabajar sin descanso en la pensión de mis padres, que se habían venido a la Argentina cuando yo era una pequeñita de casi dos años”, relata María del Carmen Cheda de Alvarez Argüelles, fundadora y presidenta de Alvarez Argüelles Hoteles (AAH), la cadena de la industria de la hospitalidad de capital nacional más importante de la Argentina. Es la hora del té, y la voz firme de Maruja abre la puerta a la evocación de una historia de vida y trabajo con el sacrificio como marca —y no cicatriz— en el carrillo.
“Son historias muy duras pero inspiradoras por la capacidad de autosuperación, que hoy identificamos con la resiliencia”, valora Claudia Alvarez Argüelles, vicepresidenta Ejecutiva y CEO de AAH, que encara un ambicioso proyecto de expansión federal con foco en tres cortes de cinta en 2017 —Buenos Aires, Salta y Santa Rosa— y una reestructuración marcaria en respuesta a su creciente posicionamiento en el segmento de la consultoría y el management de activos de terceros.
En la suite presidencial de Costa Galana, el primer cinco estrellas de Mar del Plata y joya de la corona del clan, los ojos de Claudia brillan como si escuchara por vez primera los detalles de la epopeya parental, iniciada en 1953, que cada día brega por honrar como líder de una compañía con 11 operaciones en el país (Buenos Aires, 4; Mar del Plata, 4; Neuquén, 2 y Posadas, 1), al tiempo que acompaña la incorporación de la tercera generación, encarnada en su hijo, Matías Basanta Alvarez —Business Bachelor (Universidad de San Andrés) y MBA (IE Business School, de Madrid)—, quien desde hace un lustro se desempeña como director en el negocio familiar.
Durante una espléndida tarde de primavera, María del Carmen y Claudia, madre e hija pero, esencialmente, socias en vida y obra, compartieron con Clase Ejecutiva una charla íntima y conmovedora no sólo sobre los esforzados inicios de AAH sino, también, sobre los desafíos personales que superaron en base a fuerza y voluntad transformadora, ese fuego tan sagrado y tan femenino.
MCA: Cuando mis padres vinieron a la Argentina, era el tiempo de la posguerra de Franco, que en Galicia se sufrió mucho: no teníamos casi que comer. Vivía con mi abuelo y una tía. Me encargaba de las ovejas y de las cabras. También había que ingeniárselas para regar lo que se sembraba, así que me tocaba salir de madrugada para ocuparme de que el agua durmiera en la finca.
CAA: Galicia es una de las regiones de España donde se aprendió a no tenerle miedo al trabajo.
Debe haber sido un shock pasar de una aldea rural de la España profunda a una ciudad como Buenos Aires…
MCA: Para mí, lo más importante fue reencontrarme con mis padres y mis hermanos. Y también que me acompañara mi abuelo, el ser que más quise. Era su nena mimada (se emociona).
¿Y cómo conoció a Manuel Alvarez Argüelles?
MCA: Enseguida que llegué, ayudaba en la pensión: hacía las habitaciones, lavaba la ropa de cama, planchaba, servía el comedor. Casi todos eran estudiantes venidos de Mar del Plata, y más de uno me andaba arrastrando el ala…
CAA: De eso me estoy enterado hoy (risas).
MCA: Un domingo fuimos todos los paisanos a la fiesta de una de las asociaciones españolas que tienen clubes en Zona Norte. Me mandaron en el taxi de mi tío Saúl y me tocó sentarme en el asiento de adelante, al lado del que después fue mi marido, medio apretaditos (risas). Yo tenía apenas 14 años, no sabía nada de nada. Llegamos, empezó la música y me sacó a bailar. Poco después, un día salí del colegio y me lo encontré camino a la pensión. Me dijo que sólo pasaba por ahí. Me lo creí. Así varias veces hasta que un día me di cuenta que venía a propósito. Y qué se yo, qué se cuanto… Ahí empezó nuestro idilio. Terminamos casándonos al poquito tiempo: yo con 17 y el con 22. Hoy dirías que éramos criaturas, pero cuando uno vive ciertas cosas, madura a mil kilómetros por hora. Yo ya trabajaba como una mujer adulta. Y mi esposo también. Su historia también fue dura: él había quedado en el vientre de su madre cuando mi suegro vino a la Argentina. Y recién lo conoció a sus 14 años, cuando lo trajeron a Buenos Aires.
CAA: Es una película, ¿no? Es el típico caso de quien emigra, ahorra, manda llamar al hijo mayor y juntos trabajan para que el resto de la familia se les una. En el caso de mi padre, en ese trajín pasó su niñez sin figura paterna… Siempre digo que Manolo y mi madre, pese a ser tan jovencitos cuando se casaron, sabían que la vida podía ser dura y que había ser fuerte y resistente para progresar.
¿Cuándo decidieron instalarse en Mar del Plata?
MCA: Primero decidimos casarnos para tener independencia del entorno familiar: así nos mandaríamos el uno al otro y nada más. En ese momento, mis suegros se vinieron para alquilar una pensión porque les habían dicho que era una ciudad muy linda y pujante. Cuando volvimos de la luna de miel, viajamos a visitarlos. Y decidimos probar suerte también. Durante tres años, hicimos nuestro ahorro con las propinas: cada peso que caía en nuestras mano, no salía más. Nuestro objetivo era comprar el fondo de comercio de un hotelito para trabajar por nuestra cuenta.
CAA: La hotelería empezó como su única opción, porque no sabían hacer otra cosa. Pero lo destacable es que enseguida abrazaron esta profesión por gusto y por pasión.
MCA: ¡Y con mucho sacrificio! Primero estuvimos en el Hotel Europa: lo pusimos tan lindo que la gente, disgustada con otros lugares que estaban descuidados, nos pagaba lo que pedíamos.
Esas mejoras competitivas, ¿las hicieron por intuición o porque detectaron que había una demanda insatisfecha?
MCA: En esa época no nos daba el tiempo para mirar cómo trabajaban otros. Nacía de nosotros ese espíritu de crecer y vencer al enemigo…
CAA: Los dos han sido siempre muy perfeccionistas. En ese momento no estudiaban el mercado, pero tenían todo el tiempo, en sus cabezas, la búsqueda de la excelencia, que es un camino sin final… Ambos han sido siempre muy intuitivos, y eso hacía que se desafiaran permanentemente. Cumplían un objetivo ambicioso y ni se detenían a apreciarlo: disfrutaban tanto el recorrido que enseguida ya había otra meta más elevada.
MCA: A veces, algún huésped nos hacía un comentario o crítica. Me dolía en el corazón. Cuando nos íbamos a dormir, de madrugada, nos poníamos a charlar sobre cómo mejorar. Hasta que un día, no sé si fue él o yo, nos preguntamos: “¿Cuándo será el día en que tengamos un hotel hermoso por el que la gente sólo nos felicite?” (se emociona).
¿Todo empezó a cambiar cuando compraron el fondo de comercio del Iruña, en 1958?
MCA: El cuerpo y la cabeza siempre nos respondieron, así que le dábamos para adelante. Lo primero que decidimos fue hacerlo trabajar de noche, algo que en ese momento no existía.
CAA: Así fidelizaron a quienes viajaban para visitar el Casino Central, que era el único del país y un gran atractivo de la ciudad: los huéspedes podían llegar a cualquier hora porque mi padre se quedaba de sereno. Además, en esa época los hoteles marplatenses no abrían en invierno, y ellos desde el primer momento operaron todo el año. Creo que fue el germen de lo que nos caracteriza como compañía: estar siempre un paso adelante de la necesidad del huésped, saliendo de la zona de comodidad. Y en eso no había sacrificio: era lo que había que hacer… Y se hacía. Esa era su dinámica permanente como autodidactas absolutos, pero muy creativos y perceptivos.
¿Y cuándo se tomaban vacaciones?
MCA: Ni vacaciones, ni francos… ¡Ni siquiera dormir toda la noche! Entre los dos nos repartíamos todo el trabajo del hotel: yo hacía el desayuno y las habitaciones, él hacía las compras y atendía… Era meter para adelante siempre. Jamás retroceder. Había días de 20 horas de trabajo real, pero no pensábamos en nuestro descanso. A veces salíamos a sentarnos un poquito al sol para que mi esposo fumara su cigarrillo. En verano, con el calor, una vez me dijo: “Ay, Maruja, podríamos comer un helado”. Le contesté: “No, a ver si nos acostumbramos”. Yo ponía la plata en la hucha…
CAA: Y de ahí no salía más (risas).
MCA: Es que siempre he sido muy administradora (risas). Fue una lucha muy ardua, pero lo principal es que una la puede contar. Siempre le pido a Dios que me deje llegar a los 100 años así. Me siento bien. Porque no creas que el trabajo mata. Mata el estrés, pero el trabajo no mata.
Claudia, ¿sentís que haberte criado en un hotel marcó tu destino profesional o elegiste continuar el negocio por vocación?
CAA: Nací en el Iruña, que también era nuestra casa, y fue muy lindo crecer junto con el hotel. Compartía lo cotidiano con mis padres, observando sus sacrificios pero también disfrutando su pasión y su dedicación. También me encantaba lo que generaban en la gente. Por eso, ya desde pequeña los ayudaba, primero desde lo lúdico y luego por empatía: me sentía muy identificada con ellos y quería involucrarme en esta profesión. Podría no haber sucedido pero, gracias a Dios, al ejemplo de mis padres se sumó mi actitud de servicio innata. Empecé atendiendo el teléfono y luego fui sumando responsabilidades.
¿Igual de temprano entendiste que, como segunda generación, la profesionalización era condición imprescindible para la continuidad?
CAA: Soy contadora, recibida en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Elegí esa carrera como una herramienta necesaria para la administración hotelera: no tenía ninguna duda sobre mi vocación, pero sabía que debía aportarle profesionalismo a la gestión si quería agregarle valor a la empresa a medida que transcurriera el tiempo. En nuestro horizonte siempre estuvo el crecimiento, porque mis padres planificaban en grande. Admiro que si bien ninguno había tenido educación más allá de los niveles básicos, ambos se comportaban y decidían como si tuvieran formación académica en negocios. Quizás no hubiera un plan estratégico formal al principio, pero sí existía un deseo estratégico de adónde llevar la empresa y cuáles eran los pasos, siempre gigantes, para hacer realidad esa potencialidad.
¿Cuándo validaste que el gen emprendedor está en el ADN de la familia?
CAA: En esa época comenzaron a celebrarse los primeros seminarios de management con presencia de gurúes internacionales en nuestro país: no sólo fui a todos sino que comprobé que mucho de lo que explicaban sobre estrategia y liderazgo ya lo había visto implementado por mis padres. Me sorprendió mucho…. Y no tanto, porque era testigo de su profesionalismo, aunque fuera intuitivo. Sí me llamó la atención que esos expertos hablaran de pasión por el trabajo, un concepto que aquí, hace 30 años, no estaba bien visto: el business era puro y duro. Pero mi experiencia me demostraba que en lo soft había tanto un valor diferencial como una ventaja competitiva. Hasta ese momento no había podido compartirlo con ningún colega porque palabras como pasión y amor, consideradas soft, estaban fuera del protocolo de los negocios. Fue muy interesante descubrir que, en el exterior, eran atributos de la cultura emprendedora.
¿Es cierto que tus primeros aportes se vincularon con la innovación tecnológica?
CAA: Sí, porque siempre me gustó mucho la tecnología. Cuando estaba en la facultad, vi que se venían los medios informáticos. Pensá que todas las cuentas se hacían a mano, que los consumos del restaurante salían por vales… “Papá, tenemos que traer computadoras e informatizar la operación”, planteé un día. Su respuesta: “Bueno, ¿cuáles compramos?”. Es decir: si te involucrás, que sea a fondo. Lo hablé con mi profesor: entre IBM y Burroughs, elegí la segunda. Claramente, tomé la decisión equivocada, porque un año después no existía (risas). Igual, mi padre no se preocupó: sabía que el cambio era muy bueno. Así, Iruña fue el primer hotel del interior del país en tener software hotelero. Cuando apareció el fax, enseguida avisé que lo necesitábamos: “En Buenos Aires ponen una hoja y te aparece acá”, le simplifiqué. La respuesta de Manolo: “Me parece magnífico”. Y ese día salió para Buenos Aires y volvió con el fax. Era un líder que recibía muy bien la innovación.
¿Cómo se dio tu integración a los procesos de decisión estratégica?
CAA: De modo progresivo y natural. Fui desarrollando habilidades y adquiriendo responsabilidades a medida que iba asumiendo diversos roles en mi devenir por cada una de las áreas de la empresa. De joven pasé por telefonía, recepción y lavadero; durante la facultad ejercí tareas comerciales y de administración, hasta que mi padre decidió que me ocupara de las finanzas. Fue con argumentos muy interesantes: mi formación profesional ya estaba acompañada de la madurez que da la experiencia. Porque no se llega de un día para el otro a adquirir las skills necesarias para gerenciar un hotel.
¿Por qué te fuiste a Córdoba durante tres años?
CAA: Teníamos una unidad de negocios enfocada en el catering de hoteles de gremios. Y decidí postularme para gestionar una concesión muy importante que habíamos conseguido en Tanti. No sólo me encantaba el desafío, sino que me parecía una buena manera de probarme a mí misma, lejos del paraguas familiar. Fue un gran acierto.
¿Qué resignificaste de la empresa familiar tras esa experiencia?
CAA: Implicó darme cuenta, en primera persona, de la profunda importancia de quien tiene que tomar las decisiones. Lo sentí con mayor intensidad cuando falleció mi padre, en 1994, meses antes de la apertura de Costa Galana. Si bien mi madre es cofundadora y socia desde el principio, tenían muy bien divididas las tareas y me correspondió asumir las de él. Fue muy complicado sentirme, por primera vez, sin ninguna red de contención: estaba al frente de la compañía y con un cinco estrellas próximo a inaugurar sin quien había sido padre, presidente y auténtico líder (se emociona).
Tras el fallecimiento del marido, padre y fundador de la compañía, ¿cuánto cambió su dinámica como socias y madre/hija?
CAA: Fue una etapa muy desafiante, dura y difícil en lo personal y profesional. Pero nos complementamos muy bien porque las dos sabíamos lo que teníamos por delante. Éramos concientes de que todos los esfuerzos iban a ser pocos, pero que había que estar a la altura de las circunstancias. Y lo estuvimos. Ese dolor se transformó en fortaleza. Mi madre y yo nos volvimos un equipo compacto, ayudándonos cuando cada una lo necesitaba pero sin hacérselo notar a la otra. Creo que viene del origen gallego de la familia eso de los acompañamientos en silencio, pero muy significativos, en las malas.
¿Es cierto que, al principio, su condición de mujeres generó desconfianza sobre el futuro de la empresa?
MCA: Cuando íbamos a los bancos…
CAA: No creían que estuviéramos preparadas para conducir la empresa.
MCA: Dos mujeres…
CAA: Esa situación me rebeló muchísimo, y conste que soy muy centrada. Conociendo que verdaderamente mis padres habían sido cofundadores y socios 50 y 50, no podía entender cómo en determinados círculos, y especialmente en el financiero, no reconocían el expertise de mi madre. Esa situación me volvió aguerrida. Cada reunión se convirtió en un desafío: me preparaba exhaustivamente para captar la atención en los primeros minutos porque era la única oportunidad que teníamos para demostrar que no sólo sabíamos adónde queríamos ir sino que también teníamos el conocimiento y la determinación para lograrlo.
Ese tesón gallego ya había enfrentado un traspié asociado a la construcción del primer cinco estrellas de Mar del Plata, cuando el estudio del arquitecto Mario Roberto Álvarez les comunicó que la única alternativa era demoler el Iruña porque el edificio original no podía integrarsea un proyecto tan ambicioso…
MCA: Todo comenzó porque, si bien el Iruña estaba fantástico, la gente venía y decía: “Me fui a tal lado y los hoteles tienen esto y lo otro”.
CAA: En los ‘80, los argentinos ya viajaban masivamente al exterior, donde conocieron otras experiencias de hospitalidad. Eso potenció aquel deseo que mis padres tenían desde siempre: darle a Mar del Plata su primer hotel cinco estrellas para que los turistas se reenamoraran del destino. En paralelo, analizando las tendencias del mercado, detectamos que la ciudad necesitaba una oferta de salones acorde el auge del segmento de congresos y convenciones. Ese fue el origen de Costa Galana: un hotel de lujo para el turismo de rélax y corporativo.
MCA: Cuando volvimos de la reunión con los arquitectos, lloramos toda la noche. Para nosotros, el Iruña es madre, padre, hijo…
CAA: Además, económicamente tampoco lo podíamos soportar: necesitábamos que el hotel estuviera operativo para acompañar los requerimientos financieros de la obra. Nos quedamos paralizados unos días. Pero, como siempre, mi padre vio lo que los demás no advertíamos… Casualmente él hacía el trayecto del centro al sur de Mar del Plata todos los días, en verano, porque gestionábamos un servicio gastronómico en Punta Mogotes. 72 horas después del no definitivo al proyecto inicial, un mediodía llega y dice: “Ya está. Ya tengo la solución: encontré la localización del nuevo hotel”. Nosotras, heladas. Yo había hecho un presupuesto de inversión en el cual no estaba contemplada la compra del terreno, así que me tocó reestructurar la asistencia financiera para concretar el sueño.
MCA: Todos pensaban que habíamos enloquecido. Y también anunciaban que íbamos a tener mal fin…
CAA: En el ambiente turístico no había confianza en el proyecto. La construcción comenzó en 1989, durante una de las peores crisis de la Argentina, con la hiperinflación, y justo cuando Mar del Plata lideraba el índice de desocupación en el país por primera vez. Todos se preguntaban por qué hacíamos semejante inversión acá en vez de en Buenos Aires o en Madrid, incluso. Fue una decisión de familia. Nos propusimos contribuir a devolverle el brillo perdido a la ciudad en la que mis padres pudieron progresar. La apertura estaba prevista para diciembre de 1994, pero mi padre falleció en agosto. No lo dudamos: el mejor tributo era aplazarlo hasta el 28 de enero siguiente, fecha de su cumpleaños (se emociona). Eso implicó un soft opening mucho más breve que el de rigor, que es de tres meses. Porque el 3 de marzo se hizo la inauguración oficial con la presencia del presidente Carlos Menen y el 4 de marzo fuimos los anfitriones de todos los miembros del Comité Olímpico para los Juegos Panamericanos.
¿Siguen recibiendo ofertas de compra del Costa Galana?
CAA: Hemos recibido muchas ofertas, especialmente en esa época en que todo se vendía en la Argentina, pero nuestra decisión es no vender.
¿Cómo detectaron que el management hotelero les permitiría dar el salto al concepto de cadena?
MCA: Es que en esta familia siempre nos pican varios bichitos al mismo tiempo… (risas). Así era mi esposo: siempre trayendo nuevas cosas para hacer. Y así es mi hija, que nunca para tampoco.
CAA: ¡Somos inquietas las dos! Para concentrarnos en el Costa Galana, nos desvinculamos de los servicios de catering. Pero me quedé con las ganas de desarrollar una línea de negocios complementaria a los hoteles propios. Convertirnos en una cadena con inversión propia era imposible, porque el recupero es más lento ya que es una industria de capital intensivo. La alternativa para crecer fue desarrollar la unidad de consultoría y management en base a nuestras décadas de expertise. En este punto también tuvimos que ser bastante resilientes, porque nos reconocían como muy buenos administradores de hoteles propios pero no nos veían en el rol de gerenciar proyectos de terceros.
María del Carmen, en el ambiente hotelero es legendaria su obsesión por el detalle. Y sedice que gracias a usted que Costa Galana es considerado una escuela-semillero de hotelería. ¿Sigue igual de exigente en el día a día?
MCA: Mi gran cambio lo realicé a partir de los 80 años, que cumplí hace tres. Ahí me dije: “Bueno, Maruja, vas a bajar un cambio o dos. No puede ser que todo el tiempo estés corriendo” (risas). Sigo en tareas específicas que me gustan mucho, como revisar la limpieza y el orden de las habitaciones porque tengo un ojo maldito y lo que nadie ve, lo detecto yo. Como soy tremendamente detallista, me ocupo de enseñarle a las mucamas y a las gobernantas. No es que una tuvo acceso a un estudio en eso, pero amo tanto —tanto— la hotelería que, para mí, no hay términos medios.
CAA: Cuando viajamos de vacaciones, si bien logramos relajarnos, ella está siempre atenta mirando cómo se hacen las cosas en cada lugar…
MCA: ¡Es la manera de aprender! Soy experta en cómo tender camas para que no se deshagan fácilmente. Porque acomodar la encimera y la bajera tiene su secreto, ¡eh! (NdE: Valiéndose de una servilleta de hilo del servicio de té, le da cátedra al equipo de Clase Ejecutiva). También les enseño otro truco: cuando se termina una suite, hay que salir de espaldas para observar el total de la habitación y así detectar si una cortina está mal corrida, si el televisor quedó torcido, si el cuadro está recto, si los almohadones quedaron aplastados, si en el jarrón hay una flor para cada lado… ¡Y los cortinados! Les cuento cómo hacer el plisado perfecto para que queden esas tablitas que Mirtha Legrand más de una vez ha elogiado.
CAA: Para cada posición hemos determinado cuál es la formación académica requerida. En el caso de los puestos estándares, basta con la secundaria porque nosotros les enseñamos el oficio. Esa es una de las ventajas del rubro: te permite adquirir un oficio y hacer carrera. Por eso nos enorgullece que se nos considere una escuela de hotelería.
MCA: Cuando mi esposo y yo nos independizamos, además de hacer todo entre los dos —él se ocupaba de las compras y yo de las habitaciones, él cocinaba y yo servía el comedor—, siempre charlábamos acerca de cómo lograr que el turista estuviera contento y volviera. Cuando íbamos a algún otro hotel o restaurante, éramos muy observadores: mirábamos cómo se paraba la gente, cómo atendían, cada cosa que se hacía. Lo que nos gustaba lo incorporábamos, porque queríamos crecer. No tuvimos libros, pero siempre fuimos estudiosos.
Además de sangre y trabajo, ¿qué comparten?
CAA: Hacemos nuestro viaje anual a Galicia, donde está la familia de origen. Por supuesto que incorporamos alguna escapadita a otro lugar, pero en julio nos gusta simplemente quedarnos descansando y compartiendo con ellos. Es nuestro remanso. Fuera de eso, generalmente los domingos mamá viene a almorzar a casa: le gusta mucho jugar al parchís, así que le doy el gusto.
MCA: Es que los sábados a la tarde ya los tengo comprometidos para jugar a la canasta con amigas.
CAA: No te creas que es un hábito de siempre: se lo permitió estos últimos tres años (risas).
MCA: Antes, ni pensarlo. Pero cumplí los 80 y empecé a darme estos gustos.
CAA: Hay algo que te estás olvidando de contar y a lo que le dedicás mucho tiempo: sos la fundadora y presidenta de la Fundación del Hospital Materno-Infantil de Mar del Plata.
MCA: La creamos al poco tiempo de fallecer mi esposo, en su honor (se emociona).
CAA: Ahí ella sigue con su dinámica intensa de trabajo, autoimponiéndose desafíos tremendos. Ya se donaron quirófanos de cirugía cardiovascular, salas de terapia intensiva e intermedia, dos pisos de internación, lactario y aparatología. Este año, por ejemplo, se están construyendo los consultorios externos, que implican una inversión de $ 8,5 millones resultado de dos años de recaudación a través de la gala amadrinada por Mirtha Legrand pero también con asados y paellas solidarias, rifas, desfiles.
Claudia, ¿aceptaste ser vicecónsul de España en Mar del Plata siguiendo ese ejemplo decompromiso social de tu madre?
CAA: Hace 30 años que estoy involucrada con la comunidad española. De hecho, soy delegada de la Cámara de Comercio Española en la ciudad. Un día me hicieron la propuesta para asumir como vicecónsul honoraria. Mi respuesta inicial fue negativa, porque mi hijo Matías comenzaba a integrarse a la empresa y quería acompañarlo. Pero empecé a recibir llamados de los presidentes de los centros de las comunidades en Mar del Plata, contándome que ellos habían sugerido mi nombre al cónsul y al embajador. Entonces, nos sentamos a evaluarlo con mi madre…
MCA: ¡Siempre quise que aceptara!
CAA: Lo asumí como una manera de honrar mis orígenes. Enseguida me di cuenta de que la oficina necesitaba actualizarse, implementar procesos e informatizarse. Llegaba al Consulado, me encontraba con 40 personas esperando para hacer sus trámites y me daba vergüenza: vengo de una industria de servicio y no estoy acostumbrada a las demoras en dar respuesta, así que la prioridad fue incorporar el sistema de turnos oline. En Mar del Plata tenemos un padrón de 25 mil personas. Otro reclamo compartido era que sí o sí debían viajar a Buenos Aires para tramitar su pasaporte comunitario. Tras varias gestiones logré que, ahora, tres veces al año llegue una comisión especial con terminales portátiles para dar curso a ese trámite.
MCA: ¡Están todos chochos con ella!
¿Cuál es su mayor motivo de orgullo?
CAA: Me enorgullece que AAH sea la mayor cadena hotelera nacional en manos de una familia. Pero creo que no se puede dejar de mencionar que la conducción está, hace 22 años, en manos de dos mujeres. Considero que es un atributo, porque no crecí en un ámbito donde se entendiera que la mujer no tiene capacidad para liderar. Pero si salgo de ese paradigma absolutamente personal y lo miro desde afuera, es muy meritorio que hayamos podido abrirnos camino, sostenerlo y escalarlo.
MCA: Nunca sentí que por ser mujer tuviera menos posibilidades, para nada. Y eso que a mí me tocaron épocas diferentes, en que había muchas menos capitanas (risas). Ahora me enorgullece que ya está el nieto… Matías es un ser extraordinario: trabajador, honesto, cariñoso. Y aprende tanto de la madre como de mí. Estoy segura de que va a llevar los hoteles adelante (se emociona).
CAA: A Matías le dimos la libertad imprescindible para que definiera su vocación. Nunca lo habría inducido, porque a esta profesión debés volcarte con entrega.
MCA: Y con pasión.
CAA: Sin esas condiciones no podés dedicarte a esto y ser feliz, porque demanda horas y momentos que van en contra de los ritmos de tus seres queridos. Lo incentivamos a hacer un posgrado en el exterior y a trabajar en otras industrias. Llegué a evaluar que existía la posibilidad de que no volviera… Pero eligió incorporarse porque la hotelería es su decisión, además de estar en su genética. Es muy joven, pero también estoy segura de que va a hacer crecer mucho más a la empresa.
María del Carmen, ¿qué la enorgullece de su hija, Claudia?
MCA: ¡Todo! Es emprendedora y trabajadora: el padre y yo juntos. Pero a veces hace demasiadas cosas y le digo: “Nena, pará. ¡Pará!”. Me preocupa que sufra su salud por un exceso de trabajo. Es que vida hay una sola.
CAA: En una familia de pocas palabras y muchos ejemplos, hasta tus 80 el mensaje era otro (risas).
Claudia, ¿qué valorás de María del Carmen?
CAA: Su integridad. Por eso me enorgullece haberme ganado su confianza, que sigo queriendo honrar. Me siento muy gratificada, porque es mi jefa y una mujer a la que admiro. Por otro lado, me doy por hecha si llego a los 83 como ella: está fantástica, dinámica, activa, nunca perdió vigencia.
MCA: Vas a llegar, nena.
Esta entrevista fue publicada en la edición 195 de Clase Ejecutiva, la revista lifestyle de El Cronista Comercial
Fotos: Isis Petroni
Categorías: about-us
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